La casa pairal, Manuscrito de Reus

«La casa es la pequeña nación de la familia.

La familia, como la nación, tiene historia, relaciones exteriores, cambios de gobierno, etc.

La familia independiente tiene casa propia, la que no lo es tiene casa de alquiler.

La casa propia es el país natal; la de alquiler es el país de la emigración; por ello la casa propia es el ideal de todo el mundo.

 

No se concibe la casa propia sin familia; solamente se concibe así la de alquiler.

 

A la casa de familia se le ha dado el nombre de casa solariega. Con este nombre, ¿quién no recuerda algún bonito ejemplo en el campo o en la ciudad? El espíritu de lucro y los cambios de las costumbres han hecho desaparecer de nuestra ciudad la mayor parte de las casas solariegas; las que quedan viven una situación tan oprimida e insuficiente que acabará con ellas.

 

La necesidad de la casa solariega no es sólo de una época o de una familia determinada, es la necesidad de todo el mundo y de siempre.

 

La independencia de la habitación, la buena orientación y la abundancia de aire y de luz de las que adolecen generalmente las habitaciones urbanas se va a buscar en esta infinidad de torres por los entornos; dándose el caso extraño de tener la mayor parte de familias dos habitaciones en sus habitaciones cotidianas (y cosa más extraña aún, la que tiene más condiciones es la que sirve menos).

 

Para encontrar estas cualidades, a los habitantes de las ciudades extranjeras no les apena apartarse del centro de las mismas, si bien se lo permiten numerosos medios de comunicación, que afortunadamente, nosotros también empezamos a tener.

 

Justo es pues que, aprovechando los medios que tenemos, pensemos en la verdadera habitación de familia, y que, juntando la habitación urbana y la torre, nazca la casa solariega. Al objeto imaginemos una, ni grande ni pequeña, una que podríamos decir ordinaria, enriqueciéndola y ampliándola se convertirá en palacio, empequeñeciéndola y economizando materiales y adornos será la modesta habitación de la familia acomodada.

 

Figurémonos que, en un solar del Ensanche, grande según las posibilidades del propietario, situado en un barrio más o menos aristocrático según su fortuna y posición, lo rodea una pared que sostiene el terreno del jardín a la altura suficiente para no ser visto de la calle, coronada por un alféizar calado. Una pequeña logia junto a la puerta interrumpe esta azotea. Dentro del solar, por un lado, se desarrolla una larga rampa, camino de carruajes, por delante se presenta una escalinata, desde lo alto de la cual se descubre el jardín y, por entre los follajes de los álamos y de los plátanos, la casa. Las habitaciones agrupadas según la necesidad de su orientación forman un conjunto pintoresco. Así, las anchas ventanas del dormitorio miran al oriente; el despacho y la sala de familia, a mediodía; el comedor de invierno y las salas de visita, a poniente, y al norte, el estudio, el comedor de verano y otras dependencias. Separadas de esta agrupación, y en la misma dirección, están la cocina y sus dependencias auxiliares. Entre el dormitorio y el estudio, sombreado por acacias y laureles, se descubre un porche ornado con terracotas que sirven de nido a los gorriones del entorno. En el ángulo opuesto, un invernadero de hierro y cristal, jardín de invierno, que comunica con las habitaciones de recibir y que puede ser habilitado como salón para las grandes fiestas de familia. En el interior campa por todas partes la sencillez por sistema; el buen gusto, por guía, y la satisfacción de las necesidades y comodidades, por obligación. Todo es formal. Allí se encuentran representados todos los recuerdos de familia, las gestas históricas, las leyendas de la tierra, las delicadas concepciones de nuestros poetas, los espectáculos y escenas de la madre naturaleza; todo lo que tiene una significación y un aprecio.

 

En fin, la casa que imaginamos tiene dos objetos: primero, por sus condiciones higiénicas, hacer de los que en ella crecen y se desarrollan seres fuertes y robustos; y segundo, por las condiciones artísticas, dotarlos, en lo posible, de nuestra proverbial entereza de carácter; en una palabra, hacer de los hijos que allá nazcan, verdaderos hijos de la casa solariega

Manuscrito «La casa pairal», 1878-1888, Antoni Gaudí, Museo Comarcal Salvador Vilaseca

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